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| Meret Oppenheim. Dejeuner en fourrure (1936) |
Combray no se llama Combray, sino Illiers. Hoy, sin embargo, en los carteles de carreteras y las guías aparece como Illiers-Combray. Allí hay un museo dedicado a Marcel Proust: ocho salas de primeras ediciones, fotografías, tinteros, frascos de pastillas para el asma, batines, pañuelos bordados, bastones… abundante material, deslucido por su colocación, que, repartido de la segunda a la última sala, sucede al único objeto presente en la primera, en una vitrina de pexiglás de 35 x 20 x 25 cm: la magdalena.
En los primeros años del museo, la magdalena era de auténtico bizcocho De ella se ocupaba el vigilante, que todos los lunes por la mañana abría la vitrina, retiraba el bollo y lo sustituía por uno fresco. Qué hacía después el vigilante con la magdalena vieja, no ha llegado a saberse. Es probable que se la comiera, sin que esto dispensara a sus grasientos lóbulos cerebrales iluminaciones mnemónicas. La sustitución semanal de la magdalena se debía a su imposibilidad de endurecerse; es más, al ser porosa y mantecosa, la inestable masa tendía a deshacerse desprendiendo una docena de días después, un polvillo de caspa rancia al que se añadían trozos más evidentes si alguien chocaba con la vitrina. El director del museo había pedido al pastelero que pusiera más mantequilla en la mesa, pero el resultado no había sido bueno: el exceso de manteca, absorbido por los focos interiores, extendía muy pronto por la superficie esponjosa de la magdalena unas flores parduzcas que le daban un incongruente aspecto aleopardado, cuando no evocaban el sufrimiento de la hoja de vid enmohecida por el mildiu. Por no hablar de las palomillas y los gusanos que, pese al total hermetismo, nacían espontáneamente en el bollo reseco, para después salir y emprender la arriesgada exploración de su mundo-tabernáculo, como mofándose, vástagos de la putrefacción, de las demostraciones positivas de Spallanzani y Pasteur.
Así pues, el vigilante la sustitutía y la siguió sustituyendo hasta el día en que se jubiló. Ese mismo día, el director tuvo que enfrentarse a un problema sindical. El nuevo vigilante le señaló que sus obligaciones no incluían esa tarea especial y que, si realmente quería cumplirla, se le pagara aparte. El director, hombre meticulosos, no quiso claudicar, por lo que, después de dejar envejecer la última magdalena muy por encima de los límites aceptables dispuso la solución que rige todavía. Y así fue como el museo encargó a un taller de juguetes de Ruán una magdalena de plástico: una imitación perfecta, de no ser por la juntura entre las dos valvas de la concha-bollo, conforme a la infalible ley del PVC.
Tú ves este objeto y te echas a reír, pero realmente lloras y piensas: si la literatura origina esto, esto es la literatura. Y es la venganza del mundo, porque la literatura que no se defiende del mundo, ¿qué es, sino mundo? Y el mundo es aquí polímero fundido, pero fundido en forma de literatura, así, de querer salir, sabemos que no se puede, ni siquiera de vez en cuando.
… y, sin embargo, tiene virtud literaria el objeto, porque mirándolo recuerdo, sí, recuerdo una vida que no es la mía; veo la cara dramática de un hombre que camina por los pasajes de París; un hombre que se llama Walter Benjamín.
(Michele Mari. Todo el hierro de la torre Eiffel )
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Querida prima.....qué maravillosa la historia de la historia de la famosa madalena, me ha encantado!!! me he imaginado los dos conserges, uno asumiendo el cambia diario de la madalena como algo importante y para el otro esta accion carecía de sentido...gracioso.Y ahora mi pregunta ignorante ¿qué pinta Walter Benjamin paseando por París?
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